sábado, 14 de mayo de 2016

La gran Sordera global (a través de mi experiencia)

Y no escribiré acerca del sentido metafórico de la sordera, aquélla consistente en que hoy en día en la sociedad global -el detrito de Occidente- no sabemos escuchar, no escuchamos o lo hacemos muy superficialmente, y no nos escuchamos entre nosotros. Esa sordera del sacerdote de sí mismo, del beato individuo-dios en que el "Progreso" nos transforma, especialmente desde tiempos napoleónicos.

La sordera acerca de la que quiero escribir esta nota es la literal, material, física.

La capacidad auditiva de todo el mundo tiende a degenerarse un poco con la edad. Esto sucede muy gradualmente y comienza con las altas frecuencias, que es la razón por la que la gente mayor a menudo se queja diciendo que «hoy en día la gente habla para el cuello de su camisa». Esta pérdida gradual de la agudeza auditiva debida a la edad se llama presbiacusia. Siempre se ha dado por sentado que era el resultado natural del envejecimiento, igual que las canas y las arrugas. Pero ahora se está poniendo en entredicho esta afirmación. Un estudio sobre la tribu africana de los mabaan demostró una escasísima pérdida auditiva debida a la presbiacusia. Los africanos de sesenta años tenían tan buen oído, o incluso mejor, que la media de los norteamericanos de veinticinco años. El Dr. Samuel Rosen, el otólogo neoyorquino que dirigió el estudio, atribuyó a los africanos una capacidad auditiva superior debido a que vivían en un entorno sin ruidos. Los sonidos más fuerte que escuchaban los mabaan eran los procedentes de sus propias voces al cantar en sus danzas tribales.
(Murray Schafer, Raymond, El paisaje sonoro y la afinación del mundo, Intermedio, 2013)

Con este pasaje  finaliza la sección Los riesgos del ruido, del capítulo XIII del clásico de Murray Schafer. Veamos algunos casos:

  • La gente mayor: casa de mi abuela. Como es normal, toda la vida ha sido más humano y alegre ver la televisión enajenado por los miles de pixeles de la pantalla que salir a tomar el sol o mantener una conversación con el aparato apagado. De fondo siempre; aunque quien esté viendo la TV no se entere de nada, bien por sordera o por falta de atención (consecuencia en parte de la propia experiencia, igual que las nuevas tecnologías nos llevan a una menor capacidad de concentración). Es imprescindible, y hay que oírla -que no escucharla- como sea; poner el volumen al máximo, o casi. Y cada vez hay que subirlo más. Da igual que cualquier persona que esté medianamente bien del oído la pueda oír desde la calle, o a bastantes metros de distancia, como si estuviese justo enfrente. Da igual el daño que produce a los demás. La violencia se ejerce sin contemplación ni escucha. Homo homini lupus.
  • Los conciertos de música pop-rock. Es un festival, y nunca mejor dicho. Si la fiesta es la representación de la locura -y tengo entendido que algo de esto hay en sus orígenes-, el festival, el concierto, o la música y megafonía en muchas fiestas de hoy en día son fieles a esta esencia. La locura por extenuación auditiva y distorsión. A un concierto no se va a escuchar música; todavía recuerdo ir a ver a Siniestro Total en Castrelos, en Vigo, y apenas oír distorsión. Graves y ruídos; la música noise es otra cosa y seguro que se puede disfrutar en ambientes adecuados, pero no creo que dependa del nivel de decibelios. Es una pena, tanto para quienes disfrutan de la música, como para los propios artistas. En algunos interiores no sabemos si quieren acabar derribando los espacios.
  • La megafonía pública en el metro y los ferrocarriles (FGC) en Barcelona. Mejor coger los tapones para los oídos. Rellenar hojas de observaciones sólo sirve para que te contesten que el volumen está para que todo el mundo pueda entender los mensajes en un contexto que, en efecto, es de baja fidelidad, que son las estaciones y ferrocarriles, y que expreses tu disconformidad con el volumen cada vez que lo creas conveniente. Es decir, en un sitio como la estación de Provença, siempre; en la línea 3 -verde- de metro, casi lo mismo. Sonido distorsionado. Múltiples mensajes banales en las lenguas que vende el turismo y los nacionalismos de toda clase -japonés incluído, comenzando por español y catalán y pasando por inglés, al menos-. Coacción engañosa: «Para su seguridad, esta estación está dotada de cámaras de vídeovigilancia»; léase: «Para su vigilancia, esta estación está dotada de cámaras de vídeoseguridad». Y cada vez, más publicidad, pública y privada. Les das igual (en un escrito anterior bastante disperso y superficial me extendía un poco en relación con esto).
  • El cine, pero no uno cualquiera, la Filmoteca de Catalunya. No sólo en este, pero como es el que más frecuento, es del que puedo hablar con más experiencia. Reconozcámoslo, no siempre ocurre. Pero una convergencia de lo ya comentado para los conciertos y para los ferrocarriles sucede aquí. Quizá es que yo tengo el oído más sensible que antes -cosa que sería extraña-, pero en cualquier caso, hace ya algunos meses que noto el volumen especialmente alto en muchas proyecciones; y no soy sólo yo, pues también lo ha expresado otra gente. Ya me he ido en varias ocasiones por este motivo, en otras me he quedado con tapones y en alguna he soportado como he podido la violencia acústica ejercida por los proyeccionistas -y sí, es violencia en cuanto que me produce dolor y no una leve molestia o incomodidad-. Acaso tienen problemas de oído, quieren escuchar bien desde la cabina, o no se molestan en regular previamente? Dado lo absurdo e irónico de la segunda opción -espero-, creo que esta última es la opción más plausible, en parte, quizás, debido a la falta de medios, pero estoy seguro de que algo podrían hacer. Tampoco nos olvidemos de la primera posibilidad planteada y de la cita inicial de Murray Schafer; algunos lo notamos, pero probablemente a la mayoría de los asistentes así como a los proyeccionistas no les parezca un volumen tan exagerado debido a la pérdida de oído generalizada que padecemos en esta sociedad.
    Las observaciones e intercambios vía email con el director adjunto parece que no sirven de nada.
  • Para terminar. Paseaba yo ayer por Collserola, de hecho estaba en Sant Pere Martir, casi en la cima -donde está esa gran torre de radio fácilmente reconocible desde las cercanías-. De repente, una música (y soy generoso, porque era horrorosa) que venía de la ladera de las montañas, del lado de Esplugues y Barcelona (barrio de Pedralbes) invadía todo el ambiente y se oía perfectamente. Intentaba alejarme bajando por el otro lado de la montaña, pero todavía la oía bastante bien según la punto en el que me situaba. Si yo la oía al otro lado de la montaña, las personas que estaban en esa «fiesta»...
El pez que se muerde la cola -mucho menos poético que la serpiente ouroboros-. Volumen alto porque no oímos bien, pero no oímos bien por las altas intensidades. Y en este caso está claro qué fue primero.
Como cada año, este último miércoles de abril se «celebró» el día internacional de la concienciación sobre el ruído. Una breve muestra.

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