miércoles, 23 de diciembre de 2015

Visita a Girona

Este sábado 14 de noviembre hicimos el correspondiente paseo sonoro otoñal a la ciudad de Girona. Las ausencias de última hora de habituales de estos paseos no impidieron que llegáramos a ser hasta 6 personas. Un servidor se encontró con Pedro y Ricardo -última incorporación hasta ahora a los exploradores del entorno sonoro- en el tren en el que nos desplazamos hasta nuestro destino mientras manteníamos una distendida conversación. Ya en Girona, pronto nos vimos con Montse y Miquel, y como ya era la hora fijada de encuentro, 10:30, partimos hacia una de las propuestas realizadas, un mercadillo sabatino en el Parc de la Devesa, con todos los productos habituales que se pueden encontrar en estos clásicos, desde ropa hasta comida pasando por plantas y animales.



La primera y tercera grabaciones de las siguientes se aproximan a las rutas 1 y 2 del mapa respectivamente, en dirección sur-norte. La segunda grabación fue realizada en el cruce, mientras la cuarta es de nuevo la ruta 1 pero en dirección norte-sur.





Tras realizar varias grabaciones -agradezco a Pedro el préstamo de sus "binaurales", que (además de rendir una impresionante calidad de sonido) considero imprescindibles para un lugar así, y mejor si se pueden llevar en las orejas, tanto para pasar lo más desapercibido posible como para crear el efecto de binauralidad- comentamos la diversidad popular del mercadillo y su evolución a lo largo de los últimos años, como quedaba constatado por medio de las impresiones que nos generó la escucha de múltiples lenguas y dialectos. Se ve, pues, reflejada la evolución de una marca sonora del lugar como es la del tradicional mercadillo.


Después de recorrer el resto del Parc de la Devesa y contemplar sus árboles monumentales -tras quedarnos sin la deseada caída de lluvias que el anticiclón del momento impedía (nota: la caída de hojas la podíamos escuchar como silencio; de alguna manera el sonido también nos relata el tiempo meteorológico del momento)- fuimos a hacer la ruta de los puentes del río Onyar, cruzando uno tras otro y visitando la parte baja del ensanche medieval de la ciudad.
Ahí, tras prestar atención a los paisajes sonoros del Pont d'en Gómez, del Pont de Sant Feliu y del Pont de Sant Agustí, nos detuvimos bastante rato en el Pont de les Peixateries Velles. Cabe notar que para entrar en varios de estos puentes se tiene que pasar por debajo de alguna construcción, lo que crea un espacio reverberante en la entrada (resp. salida) del puente que tiene como consecuencia una sensación de libertad y frescura una vez se está sobre el puente y con el cielo por único techo. En el último de los citados, diseñado por Eiffel, Pedro estuvo intentando aprovechar su suelo de madera con el micro de contacto, mientras yo con los binaurales. Además del paso de la gente, tuvimos el regalo final de unos toques horarios de campana junto a unas gaviotas desplazándose por el entorno y emitiendo su grito habitual.



Marcas sonoras que señalan estos puntos de Girona. No nos pasó desapercibida la escasa sonoridad del suelo de madera en medio del bullicio a mediodía frente al fuerte impacto de los crujidos que rasgan el silencio nocturno de modo incruento. Como remarcó Montse, también nos llamó la atención la invasión de fotógrafos aparentemente profesionales que sufrían los puentes. Todos buscábamos un espacio, y aunque el de unos eran visual y el de otros acústico, ambos se confrontaban.
Aprovechamos en medio de nuestro recorrido por los puentes, que pasamos en frente de una de las librerías tradicionales de la ciudad -la típica y aparentemente caótica librería del librero de toda la vida que se lo conoce todo y se sabe perfectamente lo que buscan sus clientes-, la librería Geli, para entrar y percibir el ambiente del lugar.
Algunas grabaciones que hice se vieron afectadas por el handling noise consecuencia de mi falta de habilidad para manejar los micrófonos que empleaba, por lo que nos perdemos las sonoridades de la librería y de algún otro puente.
Cuando después buscábamos dónde ir a comer, nos encontró Gerard con lo que completamos la composición del grupo este día y nos fuimos a un bar. Antes de comer todavía, pasamos por el barrio judío, donde un músico callejero nos transportó a otros tiempos, tal como ocurre en ocasiones por el barrio Gótico de Barcelona.



Mientras comíamos, en un determinado punto de la conversación en el que hablábamos de viajes y sus recuerdos, Pedro señaló algo así como que (describo la idea que me quedó) un determinado momento es mejor recordado gracias a una grabación sonora que a una imagen fotográfica. Mi experiencia me lleva a estar de acuerdo con él. En efecto, a menudo sonidos -paradigmático es el ruído blanco del agua en sus distintas variantes- o ambientes sonoros me traen a la memoria situaciones pasadas, vivencias que estaban dormidas en el pozo de la memoria. Sin embargo, tengo la impresión de que lo visual interactúa más con lo posible, con lo potencial de la imaginación, que con lo actual (en el sentido aristotélico de acto frente a potencia) de la memoria. Quizá es por eso que la música por si sola apenas ha pisado el terreno de la ficción, mientras es largo su recorrido en el campo de lo descriptivo (y fácilmente, por poner un ejemplo que me resulta cercano, la Pastoral de Beethoven puede recordar a lugares o experiencias concretas), mientras que las descripciones pictóricas tienen elevadas resonancias de algo no real (qué más alejado que un Lord Byron en Grecia o un lugar tan alejado como el de La Tempesta de Giorgione). Más todavía, en el campo de lo imaginativo, el surrealismo apenas ha tocado tangencialmente el campo sonoro por medio del cine de Buñuel y Dalí, en el que la fuerza viene de lo visual, mientras en el ámbito de lo real, el expresionismo ha destacado como algo más próximo en su vertiente musical, sobre la pictórica o la cinematográfica, en las que destaca, pero no como algo que retrotraiga a situaciones cercanas precisamente. Un último ejemplo de la proximidad de lo sonoro a lo real frente a la que hay entre lo visual y la imaginación: 'La guerra de los mundos' de Orson Welles y su efecto sobre la población.
Asistimos también a un fructuoso debate sobre el significado de los sonidos y su importancia -en la línea de la distinción Schaferiana entre objeto sonoro y acontecimiento sonoro- entre Pedro y Montse especialmente.

Al acabar volvimos a las andadas, para acercarnos a las murallas del lado nordeste de Girona. Entonces en ese caos silencioso que envuelve la hora de la siesta y a cada persona en su burbuja particular, la distracción nos dispersó. Mientras Montse, Miquel, Ricardo y un servidor nos fuimos por un paseo bordeando el río Galligants, Pedro y Gerard marcharon por la vía directa hacia el final de la muralla. Cuando al final encontramos la forma de ponernos en contacto, la tarde ya había oscurecido en gran medida. Entre tanto, además del largo paseo, entramos en la catedral, donde junto a las sonoridades propias de un interior como ese, pudimos atender a unas campanadas especiales que supusimos dedicadas en homenaje a la matanza de Paris de la noche anterior -la del Bataclan-. Creo que sólo Ricardo captó el momento con su grabadora; a los demás nos cogió inactivos en ese sentido.
Cuando ya nos íbamos a encontrar, dediqué mi última grabación a la plaza del ayuntamiento, como parte de la idea de proyecto que tengo en torno a estos espacios. Esta idea todavía es difusa y cada grabación en estos lugares me plantea matices nuevos; por ejemplo, en este caso, que quizá ponerse a grabar desde la puerta del ayuntamiento mismo no es una muy buena idea si el origen del ambiente está al otro lado de una plaza bastante grande. De todos modos, nos permite atender al potente efecto del tráfico que hay, causado por la reverberación que es consecuencia, a su vez, de las altas paredes del entorno.



Finalmente reemprendimos el camino de regreso a la estación, pasando por el Pont de Pedra y por la Plaça del Poeta Marquina, en la que los estorninos producen muy a menudo un estruendo enorme a primera y última horas del día. Como en el Raval en Barcelona. También he oído este pájaro por Esplugues. De no apreciarlo apenas, he pasado a oír estorninos por todas partes, lo que se ve intensificado por los curiosos sonidos que producen, a veces característicos de un cine de ciencia ficción de serie B de hace bastantes años y de la música electrónica de la época. Parece que las poblaciones tradicionales de aves urbanas, copadas hasta hace no tanto por palomas y gorriones, están cambiando y siendo sustituídas por aves como estorninos, mirlos, cotorras y tortolas turcas entre otras, al menos en las ciudades catalanas.

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